lunes, 7 de julio de 2008

Diarios ardientes de teatro

BÚSQUEDAS. Cuatrotablas ha sido invitado por el Teatro Cervantes de Buenos Aires para un encuentro internacional. Presentará "Los ríos profundos", un montaje arguediano fruto de cinco años de trabajo. Mario Delgado, su director, abre su archivo y descubre lazos al pasado.

Por David Hidalgo Vega

Algunas palabras escritas pesan como cicatrices. Se ve a la hora de abrir los cajones, entre papeles amarillos que describen momentos creativos o cataclismos emocionales. "Nunca pensé que alguien iba a leer esto", dice Mario Delgado, director de Cuatrotablas, un laboratorio fundamental del teatro peruano. En el altillo más importante de su refugio, en Chorrillos, la frase tiene algo de confesión. Este es el corazón de su archivo, y entre las repisas de un aparador están los documentos de casi cuatro décadas de exploraciones interiores. Hay archivadores modernos que guardan hojas marchitas, cuadernos trajinados con pulso de caligrafista, sobres manila que fermentan recuerdos de 35 espectáculos en 37 años de pálpitos. "Es la memoria sin digitalizar, apuntes, notas de los procesos creativos", precisa Delgado. Basta unos cuantos para confirmar el riesgo de toda mirada al pasado: puede traer recuerdos lúcidos, pero también oscuridades.

Estocolmo. Cuatro grados bajo cero. Todo blanco. Aristocracia, democracia. Todo al desnudo, nada se oculta. Soledad. Viva el rey y su reina. Vivan las drogas y los borrachos. Viva el alcohol. Viva la soledad. Cuna de la aristocracia. Estocolmo, cuna de la cultura. Aquí hemos llegado, al último lugar por conocer en esta aventura. Suecia. Hace un año era un imposible. Hoy es una realidad concreta. Hermoso, todo muy hermoso. La vida es extraordinaria. Hemos comenzado a recibir flores. Es el año de las flores. De los colores. Año de los tulipanes.

El apunte es de 1977. Segunda gira por Europa. La revisión de esta mañana empuja a Delgado hacia un tiempo trascendental. "Ese año llegamos a nuestro punto de investigación más alto y fue tan incomprendido", recuerda el capitán de esta verdadera nave nodriza teatral. Era el tiempo de su triunfo exterior, cuando viajaron al encuentro del teatro de vanguardia europeo y fueron recibidos como príncipes incaicos. Delgado habla de esos días con una nostalgia enrarecida. No olvida que esa cúspide marca también sus conflictos más profundos. "Éramos los pioneros, nos metimos a la fiesta popular, tomamos de allí, e hicimos nuestra propia fiesta, intuitivamente", señala. Pero el país al que regresaron no los miraba igual.

El momento clave de esa fractura fue la obra "Encuentro", de ese mismo año. El grupo presentó un montaje en que los actores usaban ponchos y hablaban un dialecto basado en el quechua, pero inventado en su propio laboratorio. "A la distancia, pienso que era duro: ver en escena a unos indios que eran violentamente aculturados, a los que les arrancaban el poncho para ponerles camisa y pantalón", recuerda Delgado. El impacto en el público replicaba en el elenco. Puede leerse en la notas de las sesiones: los actores hablaron del estreno en Ayacucho como una experiencia frustrante, como una ilusión quebrada. La psicoanalista que apoyaba al grupo sugirió posibles autocríticas. El director apuntó la palabra 'narcisismo' para describir cierto rasgo en uno de los actores. Las sesiones de laboratorio podían ser muy duras.

El absurdo de este pobre mundo ha perdido su conciencia, no el equivalente a la locura. La pérdida total de la conciencia. Miles y miles de millones de hombres perdidos, sin identidad, naufragando en este tormentoso mar del ciudadano común. Manejados, conducidos, dirigidos por unos pocos, víctimas a su vez de este mundo monstruoso, con mecanismos monstruosos, que los han convertido en guardianes y reclusos. Sin embargo, la fe existe. La pureza, la vida, el afecto, la fe en un mundo nuevo. Alguien dijo: "Hay que liberar a los pobres de su miseria y a los ricos de su pecado".

El dilema de esos días parece renacer hoy, treinta y un años después, con la propuesta más reciente del grupo. El montaje de "Arguedas: Los ríos profundos" ha atravesado el mismo camino de tensiones de otras propuestas en la historia del grupo. La obra llevaba el título original de "Arguedas: el suicidio de un país". Era una metáfora sobre la muerte del país feudal que denunció el escritor, pero tuvo que ser cambiada ante algunas voces susceptibles. "Yo creo que Arguedas sigue marcado por el estigma del suicidio, de lo cholo y la cuestión subversiva de su ex mujer. Desgraciadamente es así", se queja Delgado. "Está bien para la vitrina y los homenajes, pero no para el millón de personas que podrían verlo en las zonas populares".

Entre los papeles del archivo aparece una carta que alivia el sabor amargo. Fue escrita hace décadas, por un espectador alemán entusiasmado con su propuesta:

El teatro como un refugio en este mundo destruido. El lugar donde se concentran los valores de la vida humana, de los pueblos incapaces de realizar sus deseos más concretos, profundos. Entonces el teatro, como la base del ser humano, ha vuelto a venir en los momentos en que la gente de hoy tiene que regresar y reconocer sus raíces. El actor, en ese sentido, es la garantía de que continúan las verdades culturales, del ser, del hombre, del actor como reflejo de estos. Qué tarea la de ustedes, qué felicidad.

Delgado asume que su itinerario creativo ha honrado esa impresión. La prueba son los recordados Encuentros de Ayacucho, hitos en la historia del teatro nacional. En esas cumbres para grupos de creación se han forjado varios de los más importantes proyectos de las últimas décadas. La primera cita, de 1978, apenas reunió cuatro propuestas. Diez años después, el segundo encuentro atrajo catorce elencos y alguien se felicitó por esa fertilidad. En 1989, para las tres décadas, una nueva asamblea reunió a más de 600 personas de lo que Delgado denomina "el país teatral" y del extranjero.

En noviembre próximo, cuarenta años después de la iniciativa original, la ciudad emblema del dolor será sede de una cuarta cruzada del grupo. La repercusión hacia afuera ha llevado a denominarla XI Encuentro Internacional de Teatro de Grupo Ayacucho 2008.

BREGA PERPETUA

Hay una línea central en la propuesta de Cuatrotablas y Delgado la define ahora, rodeado de sus papeles históricos. Es un discurso andino que no siempre ha sido bien recibido por la crítica. "En los años ochenta agarramos a Sófocles, Shakespeare y buscamos en la tradición andina a los seres míticos que podían equipararse con sus personajes clásicos. Los presentamos con actores vestidos con trajes de Taquile. Eso no lo soportó la crítica. Hubo voces violentas. Decían que con qué derecho nos vestíamos de indiecitos para recitar a Shakespeare e impresionar a los europeos".

El desafío de experimentar supone exponer hasta el alma propia. Pasó con "Equilibrio", una obra de los años setenta en que Cuatrotablas hacía catarsis tras la dura experiencia de confrontar el imaginario oficial. El ejercicio consistía en que cuatro actores se representaran a sí mismos, con sus heridas y conflictos. "En el estreno una directora muy importante dijo: '¿Y a quién carajo le interesa la vida de Cuatrotablas?'. Otra persona que estaba allí le respondió: 'Mira, si la vida de los seres humanos no interesa a los otros, ¿en qué país estamos?'. Fue muy fuerte".

Cuatro décadas después, el prestigio del grupo haría suponer que ciertas crisis están superadas. Pero ocurre que el tiempo es circular y en ninguna parte queda más claro que en el teatro. Delgado ha vuelto a vivir en un cuarto, pues vendió su departamento para sobrevivir los cinco años que le ha tomado el proyecto de "Los ríos profundos". Y tuvo que pedir el mismo sacrificio de hace mucho a sus actores. Ha sido como volver a 1977, su año crucial. "Volver a la metodología, al trabajo físico y el sentimiento", precisa. La crisis de esta etapa es sentir que deben volver a triunfar en el extranjero, esta vez en Buenos Aires, para convalidar sus triunfos ante los auspiciadores del Perú. La mística está descrita en un artículo inédito que figura en sus archivos:

Quiero creer que ser artista no es ser un loco, un paria. Un loco es un ser enfermo mental muy grave. Quiero creer que ser artista es ser un terapeuta de la más alta calidad que se reconoce primero a sí mismo como enfermo, enfermo ciudadano de una ciudad enferma, y que ha asumido el arte, el teatro, como un acto terapéutico social y nada más. Una tarea es como todas las otras. Y creo que es la tarea más urgente y necesaria, porque es la salud psíquica de la nación, tanto como la salud física y la educación son parte esencial de la construcción de la cultura en la humanidad.

Diario el Comercio 07-07-08 Contra Corriente

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