Morfinómano, socialista, pobre, autista, estrafalario, metafísico, dulce, amargo, genio, atormentado, sensual. Se han atrevido a decir mucho de Vallejo, quienes lo conocieron y los que no. Pero su poesía es él y él es su poesía. Pero el privilegio de ver al poeta en su cuarto de hospital ahora es una realidad escénica. Fernando Fernández, el primer actor nacional (ya es hora de condecorarlo con esa mención de sensible consenso) toma su poesía y la reescribe desde la soledad absoluta, esa que abre paso con sus versos. Fernández no encarna a Vallejo, ni lo personifica ni hace de él. Tampoco recita. Fernández es Vallejo casi por una hora. Logra ese imposible y transita desde el vértigo hasta la ternura extrema. Quiere descansar, desea dormir. Y lucha por lograrlo. El actor, su cama y sus ventanas son testigos y acompañantes de un trozo de su vida. Y el público puede verlo sin que él sospeche que el director Mario Delgado ha concretado un antiguo sueño, el de lograr haber hecho un orificio en una de las paredes de ese cuarto de hospital para que el poeta pueda ser visto. El poeta quiere vernos pero no puede. Mira sin mirar, y prosa sus versos. Entramos a su intimidad y no se entera. Podría invitarnos a entrar o expulsarnos, nunca lo sabremos. Lo que sabemos es que la poesía del trujillano le pertenece al actor y al poeta, ya sin saber quién es quién.
Fernando Olea
Asesor dramatúrgico
Fernando Olea
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