“Happy birthday Mr. President”, le cantaba con toda su sensualidad Marylin Monroe al inolvidable asesinado Kennedy en un famoso registro visual. Lo más probable es que a nuestro pintor puneño Víctor Humareda le hubiera encantado ser el homenajeado, pero no, existe un actor con a mayúscula que le hace un homenaje a este pintor, y se llama Juan Maldonado, quien nos obsequia un retrato expresionista al nivel de su propia pintura. En un espectáculo unipersonal, Maldonado, actor de Cuatrotablas, basándose en un poema de Omar Aramayo y recogiendo algunas notas de la libreta personal del pintor que se fue, realiza un unipersonal mágico desde su casa hotel taller. El personaje se carcajea estereofónicamente. Nunca sabremos por qué. Pero tenemos sus cuadros, llenos de arlequines, prostitutas decadentes y bares hechos de aserrín, y tenemos su sillón bautizado por el mismo como su sillón Sócrates desde donde la cicuta no mata pero reflexiona en ese tono mordaz y a veces afiebrado y lunático que fue su firma de vida. Así como la página en blanco para el escritor y el lienzo blanco son pesadillas como inició de un vómito creativo, el actor tiene su espacio vacio. Este actor llena la página en blanco, el lienzo y el espacio, con una tierna y desopilante locura. Esa locura bella porque es auténtica y que se torna en envidia de muchos artistas que la toman como pose, cuando el vacío los invade. La propuesta de Juan Maldonado en un espejo roto que refleja a nuestro inolvidable pintor, rey de la Parada, y a quién nada le importaba y todo le importaba. Era misterioso e impredecible, como cuando su paisano Aramayo lo retrata con imágenes llenas de palabras, boceteando su naturaleza viva como la orquídea negra refiriéndose quizá a lo incomprensible de la oscura luminosidad de sus cuadros. El actor con la impotencia de no saber usar los pinceles, nos lanza un tarro de pintura alegremente oscura, y brochazo a brochazo nos cuenta cosas, simplemente. Entraremos a su hotel. Ya pagó la cuenta de ese día, y nos espera, quizá ni nos mire, pero nos sentirá, y veremos el mejor de sus cuadros, su recuerdo.
Fernando Olea
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