Si hubiera podido Brecht, habría inventado la diversión, el jaleo, el quilombo, la farra, la francachela, la tertulia y toda esa marramuncia como dulce maldición bohemia, dentro de la atmósfera de un lupanar, un bar o una cantina llena de humo, con música y prostitutas, tanto de los bajos fondos, como de los altos fondos.
Así era Brecht, el salvaje.
Si hubiera podido Brecht, habría inventado la política, como si fuera un mueble, un decorado o alguna iluminación particular, pero ante la carestía jugó con los panfletos, las arengas, la visión social, el comunismo puro y sin soda, las ideologías de avanzada con el dedo siempre en la herida, denunciando.
Así era Brecht, el político.
Si hubiera podido Brecht, habría inventado a los actores y a las actrices como si fueran marionetas de corazón frío, y hasta algunas historias, pero no, saqueó el legado de Shakespeare y de Goethe, para ser el partero de una poética pura, seca y directa, que se quemaba cuando sus personajes hablaban y producían fuego creando un péndulo dramático entre la banalidad de la profundidad y la profundidad de lo banal.
Así era Brecht, el artista.
Si hubiera podido Brecht, hubiera inventado el cinismo, la contradicción y la paradoja, pero sucumbió al hedonismo doméstico de la astucia y amó sin género ni medida.
Así era Brecht, el hombre.
Así era Brecht, pero como no pudo inventar nada no tuvo más remedio, que inventarse así mismo, sin pedirle permiso a nadie.
Bertolt Brecht, nació y abrió los ojos como todos, pero cuando murió nos abrió más los ojos a todos, sobre todo, cada vez que en su nombre, se abre un telón.
Fernando Olea
Enero 2007
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