domingo, 29 de abril de 2007

Reconocimiento al Maestro ignorado


Se pelean los académicos en establecer los linderos de algunas categorías conceptuales, y se abstraen en sus disquisiciones alambicadas, y se frustran cuando no hayan consensos liderados por sus egos microscópicos, y se enamoran de sus entelequias que morirán en libros que ya nacen amarillentos y que producen estornudos, porque el cuerpo es sabio y rechaza lo rechazable, porque esa alergia es natural irremisiblemente. La misma suerte corren los críticos, los lingüistas, los especialistas, los expertos, los peritos. Sin embargo sirven, son útiles, pero solo en casos de emergencia, cuando sirven únicamente para esclarecer algún entuerto de cualquier índole, pero es cuando ejercen pedagogía pura, es decir traduciendo su lenguaje encriptado, que sirve para algo, pero para dar enseñanza, esa que explica y da luces.

Entonces surge lo que es un maestro. Es el que cambia vidas. Y algunos taxidermistas los quieren disecar. A los maestros hay que faltarle el respeto con mucho respecto, porque se equivocan y de ahí los discípulos aguzados acaso aprendan más. Los maestros no enseñan, hacen, y su pureza produce obras, desde la palabra, desde las acciones, desde su vida a la que no le piden permiso para transitar. Por eso, con juventud acumulada como diría una anciana actriz mexicana que fumaba puro, Mario Delgado es un maestro. A sus 60 años ya llegó a esa condición, más allá de los pergaminos que la burocracia otorga cuando se dan cuenta que su agenda está vacía. Sus discípulos lo saben, él no, el es un ignorante en esas lides. Y esto, no es un panegírico, es la verdad, simplemente. Por último Mario Delgado es un maestro, porque se ilumina con el sol de sus noches y con la luna de sus días que todavía le quedan, hasta que diga stop.

Fernando Olea

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